Voces nuevas

Presentamos hoy a tres autores jóvenes cuyos primeros libros van ganando lectores gracias al efecto del boca a boca, el más fiable cuando se trata de literatura. Tres propuestas estéticas diferentes que ahora empiezan a tener cierto eco, pero que se afianzan en un prolongado esfuerzo de lectura y de escritura llevado a cabo durante años. Se lo toman en serio y por eso están aquí.

Sin duda, el más experimentado y con mayor variedad de registros es Miguel Ángel Gómez (Oviedo, 1980), que ha publicado series diversas de poemas en revistas como Clarín. Revista de Nueva Literatura, Anáfora o Maremágnum, en la revista digital La ignorancia y en Círculo de poesía, de Alí Calderón. También ha sido incluido en las antologías Soledades juntas (2005) de José Luis García Martín, Perro sin dueño ( 2007) y El triunfo de la muerte (2011). Ha sido finalista del Premio de Novela Casino de Mieres en su XXXIV edición y ha ganado los premios Fernán Coronas (2014), Dafne (2015) y el XXXI Cálamo de poesía erótica (2016). Monelle, los pájaros (Ed. Libros del gato negro, 2017) es su primer libro de poemas.

Por su parte, Miguel Luis Álvarez (Blimea, San Martín del Rey Aurelio, 1988) ha publicado sus primeros textos en las revistas Anáfora y Maremagnum. Ha sido incluido en la antología Línea del horizonte (Circulo Cultural de Valdedios, 2016) y es autor del poemario Mar hueco y otros poemas (Ediciones Camelot, 2017). Muy interesante también su práctica de la crítica literaria en la bitácora Vallenegro. Mario Vega ejerce en este caso de anfitrión con un texto crítico sobre Mar hueco.

Finalmente,  Andrés Treceño (Oviedo, 1992) es una de las voces más jóvenes y prometedoras de la nueva poesía surgida en Asturias. Autor hasta la fecha de un único poemario, Los cimientos (Ediciones Camelot, 2015), que reúne textos escritos en castellano y asturiano, oficia de agitador cultural y es miembro del colectivo Fame Poétika, con el que ha publicado dos antologías. Ha colaborado en la revista Lliteratura, de la Academia de la Llingua Asturiana, y forma parte del consejo de redacción de la revista Formientu. Actualmente estudia la carrera de Medicina en Santander. 


miguel ángel

Miguel Ángel Gómez

(Oviedo, 1980)

La polilla oblicua

 La polilla oblicua, ¿qué se hizo? Aquella que aprendió nuestros nombres, esa –ay- no volverá. La polilla oblicua se sienta al otro lado de mi diván, trae el recuerdo de una muchacha delgada, que me escribe, me habla, me lee, me perora y estudia, pálida como un payasito sombrío y sonriente, con la voz un poco irascible y la erudición de las eruditas en el gesto y en las manos: la nínfula. Al escribirla me sentí un Comandante que no ha renunciado a defenderse con  perfume de Beat Generación. Los gatos lloran, se emborrachan, no quieren envejecer sin un poco de gloria o amor, como Goethe. El ciervo, peligroso y sintomático, es un fatalista que tiene poco contacto con el mundo. Y la polilla oblicua ¿qué se hizo? Hemingway le envía sus líneas en mangas de camisa antes de coger su escopeta predilecta. Virginia Woolf, generosa y violenta, lucha con la sintaxis, contra los días embarrancados y la indiferencia de los demás mientras la ninfa escucha una barbaridad de Mahler en disco y algo de Janis Joplin. La ninfa creo recordar se alimenta de nesqüik, sopas Campbell (devoción por Hirokazu Koreeda), Garcilaso, Ray Bradbury. La polilla, la polilla oblicua, ¿qué se hizo? ¿Qué se hizo la listísma ilustradora, comunicativa, alegre, triste, burlona y con ojos de niña estrangulada? Con estos pensamientos me voy yo a la cama cuando las cucarachas estáticas apagan la luz, y antes de dormirme, con los ojos cerrados, veo un momento el cuerpo pálido, joven, fantasmal y hondo de aquella mujer.

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POEMAS

XIV

Baile de la ceniza.
Baile sobre la cabellera de la ceniza.
Dama como un niño.
Cuánto vigor y cuánto dolor.
Poeta hambriento a TUS PUERTAS.
Verso calmado con cara inocente.
Ferocidad imaginaria de los buitres.
Reino del filósofo, sin remordimientos
de conciencia,
Donde la flor se deshoja y convoca al fantasma.

JINETE, JINETE, JINETE

El jinete ha llorado en silencio asombrado
sobre un oro de niña.
Ha venido esta mañana a cantar para ti,
desentonando un poco tal vez,
pero a cantar.
El jinete ha llorado en silencio asombrado
por Kant y Rubén
buscando ese rostro de niña
demasiado bella,
esa piel profunda de sabores
que viene brincando a saludarme.
Jinete, jinete ha llorado en silencio asombrado
luchando por
vivir,
sobrevivir,
mientras los demás andan
con pies de plomo, aliquebrados,
hay un cuerpo que canta,
mientras suena Schumann
sensible
y
sentimental,
el jinete ha llorado en silencio
como un menor y un cursi
pero me da una confianza
cuando ya no confío
en casi nada
y la máquina de escribir veracísima
trae tus muslos gloriosos,
y el jinete se mete en mí
para llevarme
a la busca del
tiempo perdido,
hacia la palpitada
luz de tu cuerpo.

IDILIO

Yo soy el suplicio del pájaro y tú la muñeca que aúlla
(decirlo así, escribirlo así, sin miedo al tópico).
Nos conforta por dentro la obstinación
en que estamos perdidos, extraviados,
sueñas, sueñas, donde ya no hay viento.
Como niños esquizofrénicos danzamos
en el trapecio del silencio.
Yo soy el suplicio del pájaro y tú la muñeca que aúlla.


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Miguel Luis Álvarez

(Blimea, 1988)

EL COLOR DEL SOL

Volver a casa por la mañana,
a esa hora en la que nadie habla,
porque no ha pasado nada aún.
El día sabe a virgen,
viste un filtro amarillo
y todo parece posible.

En esos momentos, ya sea por el sueño,
o por la incertidumbre contagiosa del rocío,
uno puede acabar pensando
que las cosas irán a mejor.

Conviene ir al dormitorio,
cerrar la puerta,
bajar las persianas,
meterse en la cama,
cubrirse entero con la manta,
imitar a un cadáver.

INDEPENDENTLY BLUE

Hueles a libertad,
a consciencia del derecho
de ser libre,
con todas sus consecuencias.
Ese olor me vuelve loco, pero
si lo siguiese,
quizás al final
dejaría de oler a libertad.

Tú haz como si nada,
que yo me quedaré
aquí, tranquilo,
como siempre,
independiente y azul.

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Mar hueco de Miguel Luis Álvarez

/ por Mario Vega /

Lo interesante de los primeros libros es que, independientemente de su periodo de elaboración,  acumulan toda una vida que, en ocasiones corta, es bastante más que lo que suele tardar cualquier autor en las siguientes volúmenes que lleve a la imprenta. Mar hueco (Ediciones Camelot, 2017), de Miguel Luis Álvarez (Blimea, Asturias, 1988) se acomoda a esta categoría.

Este periodo experiencial, sobre todo si se trata de un autor joven, no asegura que vayamos a encontrarnos con una obra de cinco estrellas. El caso del Don de la ebriedad, de Claudio Rodríguez, que con 19 años firmó un clásico de la poesía en castellano no es habitual. La juventud raramente es tiempo de sabiduría, más bien es tiempo de vida frenética y aprendizaje voraz. Y las dudas, pero también el atrevimiento y los excesos, acompañan en el inicio del camino de la creación. Los poetas jóvenes desconocen dónde está su fuerza y su peligro, tienen tendencia a la estridencia o la imitación sin rubor, al versolibrismo o a la mala técnica formal y a elevar la anécdota insulsa a categoría de un supuesto eterno absoluto.

Para romper con lo anterior hay que conocer primero el lenguaje poético, su orden y reglas, cuya transgresión supone la creación de un nuevo sistema y con el tiempo de unas nuevas normas. Ese es el camino del genio. Pero es imposible crear nada bueno que sea nuevo sin conocer lo anterior, sin adentrarse en la tradición. Incluso para rebelarse contra las tradiciones se requiere conocimiento y diálogo con ellas. Uno puede elegir el magisterio de Garcilaso, Rosalía, los hermanos Machado, Cernuda, o Gil de Biedma, autores distantes y distintos, pero que pueden compartir cómodamente el fondo del armario poético del aprendiz. La libertad creativa se sustenta en otra libertad tan importante,  la de elección de la tradición y de un magisterio.

Miguel Luis Álvarez lo ha hecho en su primer libro, Mar hueco. Su poesía opta por un lenguaje sencillo, por el trabajo de la metáfora y el manejo de diferentes recursos estilísticos que dicen que su lenguaje, que su pensamiento, responde a lo que conocemos como poesía desde que el ser humano buscó otro decir distinto a su diálogo cotidiano con sus congéneres. El paso del tiempo y la caducidad de la existencia son dos de las eternas obsesiones de la poesía. Y están en este primer libro del poeta de Blimea. Es decir, ha asumido un legado y su apuesta es que perdure en el tiempo con otra voz, con la suya, pero consciente de la necesidad de que resuenen otros ecos.

Mar hueco es un libro que acepta el reto de asumir los riesgos poéticos de dos autores con mayor exigenciainnovadora: el anglonortemaricano T.S. Eliot y el francés Paul Valery. Y no es fácil hacerlo. La apuesta formal de Miguel Luis Álvarez por el verso libre es uno de esos riesgos. Pero no es el autor de Mar hueco de los que se inclina por el versolibrismo como una alternativa menos exigente. En su andamiaje poético existe una cadencia ordenada, con un universo de sonidos donde la resonancia no reclama pautas formales. Advertía Eliot: “no existe una división entre verso conservador o verso libre, porque solo hay versos buenos, malos y el caos”. Miguel Luis Álvarez, en su primer libro, ha seguido el consejo y ha huido de los malos versos y del versos caóticos.

El intimismo de Mar hueco es de cercanías, Ahí está la Asturias menos urbana, pero sí industrializada, la de los territorios de las cuencas mineras natales del autor, donde los núcleos habitados y los espacios del trabajo conviven en una extraña alianza con una naturaleza prodigiosa, pero a la vez penalizada por la depredación minera y siderúrgica de los dos últimos siglos. Cuando Álvarez apunta: “me gustaba estar en la ventana escuchando el ruido de la extracción de tu coral negro”, se produce un diálogo intimo, secreto, con la tierra, con ese entorno en el que nació y vive. Un intimismo ejecutado con la objetivización necesaria, que separa lo social de lo individual, lo esencial de lo accidental, que describe pero no explica.

“Dos deberes tendría todo verso: comunicar un hecho preciso y tocarnos físicamente como la cercanía del mar”, nos dijo Borges, consejos generales, pero que en este caso, los debe tener bien presentes el autor de  Mar hueco. Al igual que la música, la poesía es un manifestación creativa que necesita ser representada, reproducida: un compositor crea una melodía musical o un poeta un verso, pero hasta que se arrancan las primeras notas al violín o las palabras toman vida en las páginas del poemario, es decir cuando el ser humano oyente o lector accede al fruto de la creación, la manifestación artística aún no está consumada. Incluso, me atrevería a decir que no existe.

Retorno de nuevo al maestro Eliot: “Desconfiemos de aquellos que alcanzan su popularidad en su época, pues sus palabras no están dirigidas al futuro”. Las palabras poéticas de Miguel Luis Álvarez han tomado la dirección contraria hacia los fuegos fatuos y se dirigen hacia ese porvenir, donde las podremos leer, oír y sentir.


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Andrés Treceño

(Oviedo, 1992)

MARTA PASEA POR EL MURO

                           Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar                                                      José Hierro

Dichosos los ojos que te ven, Marta.
Lacrimógenos, cristalinos,
pegan voraces bocados de sal
que erosionan la barandilla en la que te apoyas.
Si te inclinas, podrás contemplar la furia de su iris marino
que acomete, con cada mirada, un zarpazo de agua
que revuelve tu pelo y suscita en tus entrañas de caracola
una pregunta,
una suerte de duda.

Cuando quieras aliviarla, ya será tarde:
el tiempo habrá escarchado tu corazón de conchas.

POR PARTES

Cómo determinas,
en un orden sin importancia,
qué es pasado, qué recuerdo, qué memoria.
Cómo relativizas cada uno de esos términos,
tan semejantes, tan distintos,
ásperos por idiosincrasia,
necesarios por vitales,
y le concedes a cada uno la importancia que merece.
Es decir,
cómo determinas en un orden estricto
—ahora con gravedad—.
cuál de ellos es el que menos te duele,
cuál has borrado, de cuál aún padeces.
Dime:
cómo los ordenarías
para valorar la palabra futuro.